Oliver Sacks fue un neurólogo y escritor de mediados – finales del siglo XX que ha escrito varias obras en todo este tiempo sobre casos de pacientes reales que acudían a su consulta, raros e ingeniosos, en los que se detenía en una evaluación psicológica que iba más allá de la clínica rutinaria. Motivado por la lectura de El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, me he decidido a escribir mi humilde visión de mi estancia de un mes en el hospital, precisamente en el servicio de Neurología.
En los libros mucho se habla de la patología como tal, y en menor medida de los aspectos psicológicos de los enfermos; algo que todos consideramos muy importante en la relación médico-paciente, pero que no siempre tenemos en cuenta en el día a día. Tras un mes de prácticas en Neurología, puedo decir que la complejidad psíquica de los enfermos neurológicos es mayor si cabe respecto del resto de especialidades, ya que es el propio sistema nervioso el que se encuentra afectado, y es él mismo el que se encarga de las funciones corticales superiores, como la emotividad o el pensamiento razonable.
Con la finalidad de no ser muy pesado, os propongo una serie de ejemplos de mi propia experiencia a lo largo de este mes.
Uno de los casos que más me impresionó fue un chico con una Corea de Huntington, una enfermedad hereditaria extraordinariamente rara y de pronóstico muy malo. Las personas que lo padecen terminan con trastornos psiquiátricos y una gran cantidad de movimientos involuntarios algo siniestros, que incapacitan al individuo de por vida. Los que realmente sufren esta enfermedad son los familiares y allegados, a los que la vida se les hace cada vez más complicada hasta el fallecimiento de la persona en cuestión, que puede llegar a ser visto como un alivio.
Muchos neurólogos coinciden en que una de las enfermedades más injustas es la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), de la que tenemos el ejemplo viviente de Stephen Hawking. El grave problema de esta enfermedad no es solo la intensísima atrofia a la que se ven sometidos los músculos de todo el cuerpo, sino que en todo momento se es consciente de la enfermedad que uno tiene y que le va consumiendo. El ejemplo que tuve fue el de una adorable anciana que se comunicaba alegremente por medio de un cuaderno con letras y palabras, sin perder la sonrisa en ningún momento.
La Esclerosis múltiple es una enfermedad muy ‘de moda’, porque con las técnicas de imagen que hoy disponemos se puede diagnosticar precozmente y tratar para tener una buena calidad de vida, siempre y cuando se esté fuera de un brote. Los brotes son muy variables de persona a persona, y bien lo pueden saber tanto los afectados como sus allegados. Por desgracia, cada vez hay más casos, pero se está avanzando mucho en el tratamiento.
Los Ictus son de las pocas enfermedades que pueden tener tratamiento si se tiene la rapidez y decisión suficientes, y que en cierta medida se pueden prevenir si se lleva un estilo de vida saludable. Afortunadamente hoy en día la gente se muere menos por infartos cerebrales, de los que hay varios tipos, desde los fugaces ‘AIT’, hasta los extensos y hemorrágicos por los que poco se puede hacer. A pesar de que muchos se recuperan bien, el hecho de verlos en directo es impresionante, y no le deseo ni a mi peor enemigo presenciar uno en un familiar o amigo.
En el lado contrario a la ELA se encuentran las demencias, deterioros cognitivos con un organismo conservado. Son especialmente desesperantes los inicios de la enfermedad, cuando tan solo es una mera sospecha de los familiares y los pacientes se escudan en la negación, a veces echando la culpa a la edad, y otras veces por medio de comportamientos poco adaptativos. En cualquier caso aparece una nueva carga en la familia, que suelen terminar aceptándolo con una cierta resignación, debido a que no existen tratamientos eficaces.
Una de las más conocidas es la Enfermedad de Parkinson, que yo relaciono psicológicamente con la ELA porque los enfermos mantienen la cabeza en su sitio, pero van apreciando poco a poco (no tan rápido como la anterior) un deterioro en su calidad de vida, que discurre entre temblor, las caídas, las posturas poco fisiológicas y la silla de ruedas. Los estadios avanzados pueden llegar a ser realmente crueles, tanto para los pacientes como las familias.
Por último, uno de los trastornos que mejor describe en el libro mencionado anteriormente es el síndrome de Tourette, en el que jóvenes empiezan súbitamente con tics y lenguaje maleducado, que terminan condicionándoles las relaciones interpersonales y creando una personalidad artificial en torno a ello. Os recomiendo que veáis la evolución y descripción en El hombre que confundió a su mujer con un sombrero.
Después de leer todos estos impactantes relatos, ¿por qué sigue habiendo neurólogos en el mundo? ¿Y de dónde sacan la fuerza para ir a trabajar diariamente? Queda mucho por investigar, y se ha avanzado mucho en los últimos años. Eso sí, tendremos que esperar años y años hasta llegar a dar con la cura de todas estas y muchas más enfermedades de las que se desconoce su cura hoy por hoy. Tal y como dice la máxima médica: el objetivo es curar, si no se consigue hay que aliviar, y en cualquier caso consolar.