El virus del amor humano

Publicado: 01/11/2016 en Opinión
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El virus del amor humano no se comporta en todas las personas de la misma manera, y sin embargo, es una necesidad para todos y cada uno de las personas que te rodean. Piensa en que cada persona que veas por la calle, probablemente tenga su corazón afectado por el virus del amor humano.

El virus del amor humano es una epidemia desde el inicio de los tiempos, muchas veces inmutable al paso de los años, y otras veces no tanto. El virus del amor humano puede afectarte para siempre. Si la afección es muy profunda, puede durar toda una vida, e incluso en el más allá, cuando esa persona no está junto a ti en el día a día.

El virus del amor humano puede ser silente. A veces es tímido, dependiendo de a la persona que le afecte. A veces sale a la luz en forma de declaración amorosa, una mirada, una sonrisa o una buena acción por una persona.

El virus del amor humano no siempre debuta en la misma vía. A veces lo hace en forma de flechazo, a veces después de un año, a veces después de toda una vida. Hasta que no se manifiesta, a veces no nos damos cuenta de que la otra persona ha sido afectada por el virus que a todos, antes o después, afecta.

El virus del amor humano puede ir manifestándose cada vez más con el paso del tiempo, o ir desgastándose a cada momento.

El virus del amor humano puede afectar a una persona varias veces, o puede afectarte una única vez y durar para siempre. Su mecanismo de acción varía en cada persona, según cada experiencia propia.

El virus del amor humano puede manifestarse en cada persona de manera diferente, porque cada uno entiende el amor tal y como el virus del amor humano afecta a su mente. Algunos lo entienden como un mundo de rosas, otros como un mundo de esperpento. Algunos lo entienden como un miedo a que siga, otros como un miedo a que termine. Algunos lo entienden como un desengaño continuo: eso es porque aún el virus del amor humano no les ha afectado profundamente.

El virus del amor humano sabe cuándo actuar, independientemente de la edad de la persona a la que pretende enamorar.

Todo depende del virus del amor humano.

Oliver Sacks fue un neurólogo y escritor de mediados – finales del siglo XX que ha escrito varias obras en todo este tiempo sobre casos de pacientes reales que acudían a su consulta, raros e ingeniosos, en los que se detenía en una evaluación psicológica que iba más allá de la clínica rutinaria. Motivado por la lectura de El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, me he decidido a escribir mi humilde visión de mi estancia de un mes en el hospital, precisamente en el servicio de Neurología.

En los libros mucho se habla de la patología como tal, y en menor medida de los aspectos psicológicos de los enfermos; algo que todos consideramos muy importante en la relación médico-paciente, pero que no siempre tenemos en cuenta en el día a día. Tras un mes de prácticas en Neurología, puedo decir que la complejidad psíquica de los enfermos neurológicos es mayor si cabe respecto del resto de especialidades, ya que es el propio sistema nervioso el que se encuentra afectado, y es él mismo el que se encarga de las funciones corticales superiores, como la emotividad o el pensamiento razonable.

Con la finalidad de no ser muy pesado, os propongo una serie de ejemplos de mi propia experiencia a lo largo de este mes.

Uno de los casos que más me impresionó fue un chico con una Corea de Huntington, una enfermedad hereditaria extraordinariamente rara y de pronóstico muy malo. Las personas que lo padecen terminan con trastornos psiquiátricos y una gran cantidad de movimientos involuntarios algo siniestros, que incapacitan al individuo de por vida. Los que realmente sufren esta enfermedad son los familiares y allegados, a los que la vida se les hace cada vez más complicada hasta el fallecimiento de la persona en cuestión, que puede llegar a ser visto como un alivio.

Muchos neurólogos coinciden en que una de las enfermedades más injustas es la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), de la que tenemos el ejemplo viviente de Stephen Hawking. El grave problema de esta enfermedad no es solo la intensísima atrofia a la que se ven sometidos los músculos de todo el cuerpo, sino que en todo momento se es consciente de la enfermedad que uno tiene y que le va consumiendo. El ejemplo que tuve fue el de una adorable anciana que se comunicaba alegremente por medio de un cuaderno con letras y palabras, sin perder la sonrisa en ningún momento.

La Esclerosis múltiple es una enfermedad muy ‘de moda’, porque con las técnicas de imagen que hoy disponemos se puede diagnosticar precozmente y tratar para tener una buena calidad de vida, siempre y cuando se esté fuera de un brote. Los brotes son muy variables de persona a persona, y bien lo pueden saber tanto los afectados como sus allegados. Por desgracia, cada vez hay más casos, pero se está avanzando mucho en el tratamiento.

Los Ictus son de las pocas enfermedades que pueden tener tratamiento si se tiene la rapidez y decisión suficientes, y que en cierta medida se pueden prevenir si se lleva un estilo de vida saludable. Afortunadamente hoy en día la gente se muere menos por infartos cerebrales, de los que hay varios tipos, desde los fugaces ‘AIT’, hasta los extensos y hemorrágicos por los que poco se puede hacer. A pesar de que muchos se recuperan bien, el hecho de verlos en directo es impresionante, y no le deseo ni a mi peor enemigo presenciar uno en un familiar o amigo.

En el lado contrario a la ELA se encuentran las demencias, deterioros cognitivos con un organismo conservado. Son especialmente desesperantes los inicios de la enfermedad, cuando tan solo es una mera sospecha de los familiares y los pacientes se escudan en la negación, a veces echando la culpa a la edad, y otras veces por medio de comportamientos poco adaptativos. En cualquier caso aparece una nueva carga en la familia, que suelen terminar aceptándolo con una cierta resignación, debido a que no existen tratamientos eficaces.

Una de las más conocidas es la Enfermedad de Parkinson, que yo relaciono psicológicamente con la ELA porque los enfermos mantienen la cabeza en su sitio, pero van apreciando poco a poco (no tan rápido como la anterior) un deterioro en su calidad de vida, que discurre entre temblor, las caídas, las posturas poco fisiológicas y la silla de ruedas. Los estadios avanzados pueden llegar a ser realmente crueles, tanto para los pacientes como las familias.

Por último, uno de los trastornos que mejor describe en el libro mencionado anteriormente es el síndrome de Tourette, en el que jóvenes empiezan súbitamente con tics y lenguaje maleducado, que terminan condicionándoles las relaciones interpersonales y creando una personalidad artificial en torno a ello. Os recomiendo que veáis la evolución y descripción en El hombre que confundió a su mujer con un sombrero.

Después de leer todos estos impactantes relatos, ¿por qué sigue habiendo neurólogos en el mundo? ¿Y de dónde sacan la fuerza para ir a trabajar diariamente? Queda mucho por investigar, y se ha avanzado mucho en los últimos años. Eso sí, tendremos que esperar años y años hasta llegar a dar con la cura de todas estas y muchas más enfermedades de las que se desconoce su cura hoy por hoy. Tal y como dice la máxima médica: el objetivo es curar, si no se consigue hay que aliviar, y en cualquier caso consolar.

Una de las primeras lecciones a la que todo estudiante de Medicina está abocado es a la lapidaria frase de Claude Bernard: «No hay enfermedades, sino enfermos«. Y es que es verdad, ya que una de las principales características de las personas que estamos relacionadas con este mundillo es la de tener una mente analista, capaz de almacenar cantidad de información para saber afrontar un caso de la mejor manera posible.

Sin embargo, también tenemos presente que «no es mejor médico el que más sabe«, y eso lo sabemos cada vez que nos toca «pasar la ITV». Todos necesitamos un poco de cariño y empatía, más si cabe cuando nos encontramos en una situación que dificulta nuestra vida. Ahí está el verdadero papel del médico. Es lo que se conoce como el arte de la Medicina, algo que se va esfumando progresivamente entre las pantallas de los ordenadores.

Lo realmente bonito de la Medicina son las lecciones que aprendes de la persona o personas que se encuentran al otro lado de la mesa, porque esa información no está en los libros, y siempre pasa desapercibida entre las historias clínicas. «La realidad supera a la ficción en innumerables ocasiones a lo largo de la vida del médico, y esto supone la dosis de energía que nos hace levantarnos cada día». Cito unas palabras textuales de un oncólogo radioterapeuta.

Otra cosa llamativamente curiosa ocurre cuando los propios pacientes reproducen casi exactamente las palabras cualquier manual, como si de enciclopedias andantes se tratase. Son cosas que no se olvidan. Lo que el paciente describe como una sensación de que él mismo ignora una parte de su cuerpo, aunque la percibe perfectamente tiene un término médico (anosognosia), y el ejemplo del paciente en cuestión es que se le olvida cepillarse los dientes del lado izquierdo, o que siempre coge los cubiertos del lado derecho.

Este tipo de historias son las que fundamentan la Medicina, puesto que uno cuando decide estudiar esta carrera, tan solo un mínimo porcentaje de gente lo hace por conocer todas las enfermedades habidas y por haber, y una gran mayoría lo hace con un trasfondo altruista, es decir, con la intención de ayudar a los demás. Y esto que es de importancia capital tampoco aparece en los libros.

En un ambiente en el que la competitividad es el pan nuestro de cada día y el tiempo siempre va en nuestra contra, es difícil cumplir con el objetivo de ser un buen médico, más que nada porque para la dirección de un hospital el afecto no es un parámetro objetivo, mientras que sí lo es la productividad. De ahí que poco a poco se vaya perdiendo la esencia de este «arte milenario».

La ciencia y la cultura son materias que se cotizan a la baja en España. ¿Por qué digo esto? Porque para nuestra desgracia existe una especie de movimiento que intenta eliminarlas del panorama general de la sociedad española. Si bien es cierto que tradicionalmente España no ha sido un país de investigadores de referencia mundial (salvando algunas excepciones), la campaña que realizan los medios contra el mundo científico no favorece en absoluto su desarrollo, sino más bien la perjudica de sobremanera.

¿Quiénes son los responsables de esta pérdida de interés general por la ciencia? Principalmente, como enuncié antes, los medios de comunicación. No hay nada más que acercarse a un kiosko de periódicos y ver cuántas revistas están relacionadas con los cotilleos y cuántas se refieren a temas científicos. Realmente la culpa no es solo suya, sino de gran parte de la ciudadanía (y también del gobierno, pero ese tema no toca hoy).

¿Por qué es un problema también de la ciudadanía? Principalmente por la educación que recibimos. En una gran proporción de casas de España no se estimula el interés por la cultura, porque tampoco nos lo han enseñado a nosotros, pero sin embargo, sí que se estimulan programas de telebasura que ridiculizan a las personas que en ellos aparecen. Es un círculo vicioso del que únicamente parte una salida nefasta: la indiferencia.

Un buen ejemplo de esto son los «talent shows» (haciendo referencia a Loulogio, en un vídeo que publicó esta semana). Los «talent shows» son aquellos programas que hacen saltar a la fama a personas que han tenido un pasado difícil, de una manera rapidísima y sin apenas esfuerzo. El único requisito es que le guste tu historia a la audiencia, de hacerte famoso ya se encargan ellos.

Ya lo adelantó Aldous Huxley en su libro Un mundo feliz. Este reflejaba una sociedad que había llegado a tal punto de sobreinformación inútil que despreciaba cualquier tipo de conocimiento, de manera que estaban controlados por unos pocos espabilados, como si fuesen robots. No pienso que a corto o medio plazo podamos llegar hasta tal punto, pero es una buena parodia de cuál puede ser el destino de la humanidad en pocos siglos.

Lo cierto de todo esto es que la sociedad española, al igual que muchas otras en el mundo, tiene una relación de amor/odio con los intelectuales, por así decirlo. Cuando vemos en la televisión/periódico/revista/radio a un catedrático muy especializado en un tema, la primera impresión general suele ser de admiración, ya que no todo el mundo está capacitado para su trabajo. No solo eso; los españoles somos los primeros que nos enorgullecemos de que unos compatriotas inventaran el submarino, el chupa-chups o la fregona.

Pero esto no siempre es así. Basta con que esa persona exprese su opinión sobre cualquier tema y ésta contradiga la nuestra propia. La impresión que nos ofrecerá entonces será: «¡Qué sabrá este hombre de ese tema! Mejor que se dedique a lo sus tareas y se mantenga la boca callada».  No quiero generalizar pero esto es así en gran parte de nuestra población.

Además, el hecho de ser un entendido en un tema y tener una apariencia física peculiar o un tono de voz estridente resta credibilidad a las palabras que salgan de su boca e incluso nos hace sonreír, tan solo porque no se parece al resto de personas.

Esta ridiculización de la os hablo estuvo presente en la misma gala de los Goya, los premios cinematográficos más importantes de España. Dani Rovira, humorista al que aprecio mucho, tuvo una conversación con el Ministro de Cultura (Íñigo Méndez de Vigo) como parte de su espectáculo de la que salió mal parado el segundo, a través de bromas fuera de contexto. Independientemente de las ideas políticas de cada uno, creo que no era el momento ni el lugar.

En definitiva y como resumen, el progreso de la cultura y la ciencia en nuestro país está en nuestras manos, ya que si no actuamos en consecuencia, estaremos avocados a una sociedad de analfabetos más pendientes de la vida privada de los famosos que de ser personas útiles para la sociedad.

Hablar de Semana Santa en buena parte de nuestro país es sinónimo de hablar de procesiones, torrijas, incienso, vacaciones, y un sinfín de connotaciones propias de cada individuo. Sin embargo, la mayoría de estas se alejan de su verdadero significado original, a pesar de que muchas de ellas estén íntimamente relacionadas con el mismo.

Para un aficionado a la Semana Santa (cofrade en la jerga) como yo me considero, es muy difícil hablar mal de las procesiones. No existe duda alguna de que son representaciones religiosas cristianas, y que como cualquier otra creencia, merecen ser respetadas. En sí mismas, parecen una idea genial de muestra de respeto y admiración a la figura de Jesucristo. Además, las hermandades y cofradías realizan tareas de ayuda a los necesitados durante todo el año, lo cual es desconocido para la mayoría del público. Y por último, tienen la función evangelizadora de enseñar al pueblo llano la Pasión de Cristo, por medio de obras de arte que bien merecerían estar en un museo.

Pero entonces, ¿cuál es el problema? No hay más que salir a verlas a la calle. Todo el jolgorio que se organiza en torno a esta tradición es más propio de una verbena de pueblo que de una celebración sacra: pipas por el suelo, globitos para los niños y todo lo que se les ocurra. No quiero decir que todo se asemeje a un cementerio; tan solo que se aleja de su significado original.

Y no solo eso: otro problema es cuando deciden no salir a la calle debido a las condiciones meteorológicas. Es entonces cuando comienzan los llantos y lágrimas de costaleros, penitentes, músicos y asistentes del público en general. Es cierto que es un duro golpe para los amantes de esta tradición, pero hoy día tenemos motivos en el mundo por los que llorar más, y por los que desgraciadamente muy poca gente colabora por solucionarlos.

Los detractores de esta tradición pueden argumentar que se paraliza el tráfico del centro de las ciudades. Es verdad que es más complicado conducir (e incluso a veces conciliar el sueño) entre tanta gente y calles cortadas, pero al fin y al cabo, las procesiones son manifestaciones religiosas, como el resto de manifestaciones durante el resto del año.

Todo el que haya visto las procesiones habrá sido sorprendido por los ‘nazarenos’, esos señores vestidos con un cucurucho en la  cabeza y túnicas por todo el cuerpo que a simple vista pueden dar un poco de miedo. No se confundan con otros grupos extremistas: los nazarenos no tienen nada que ver con ellos. El origen de su hábito radica en los tiempos de la Inquisición, en que los condenados eran castigados a vestir de esa manera en señal de penitencia.

No cabe duda de que las procesiones son una tradición más de nuestro país, prácticamente únicas en el mundo, que estimulan el turismo y la economía. Mantenerlas está en nuestras manos, pero ¿a qué precio? Si la condición de mantenerlas es profanar su significado, estamos muy equivocados. Porque la Semana Santa, para los cristianos, está para recordar la muerte de Jesucristo en la cruz, no para ver a la Virgen de la Tercera Colina a su paso por la calle de la Amargura. No confundamos términos.

El concepto de bioterrorismo hace referencia al empleo de manera criminal de agentes biológicos con el único propósito de sembrar terror en la población afectada, ya sea por medio de muertes, complicaciones de enfermedades, sufrimiento humano,… Realmente, es difícil detectar un ataque bioterrorista, a no ser que se encuentre contextualizado en una guerra o amenaza reciente: son los estudios epidemiológicos los que llevan a cabo la función de detective a la hora de averiguar las causas. Probablemente estemos ante una de las principales amenazas para la humanidad de toda la Historia, una vez más ejecutada perversamente por el ser humano con el único fin de obtener la recompensa del éxito.

Sin embargo, el bioterrorismo tiene su origen a principios del siglo XX, cuando fue utilizado poco después de la Primera Guerra Mundial por Alemania contra Estados Unidos, Rusia, Rumanía y Francia, empleando cultivos de muermos (Burkholderia mallei). Otro importante ataque fue puesto en marcha por el movimiento osho en 1984, con la intención de controlar la población de The Dalles (Oregon), usando esta vez la bacteria Salmonella. Pero el más sonado de todos los ataques bioterroristas fue el ataque producido por carbunco (anthrax en inglés, Bacillus anthracis), que se llevó a cabo a través del correo postal de los Estados Unidos justo después de los atentados terroristas de las Torres Gemelas (2001). En este último murieron 5 personas de más de 20 infectadas.

Se han identificado más de 180 tipos de microorganismos, toxinas y derivados que pueden usarse potencialmente como armas bioterroristas. Ante esta asombrosa cantidad, el CDC (Centers for Disease Control and Prevention) ha realizado una clasificación:
Categoría A: fácilmente transmisibles y de alta mortalidad. Se consideran como una prioridad máxima médica. Entre ellos encontramos el botulismo, carbunco, peste neumónica,…
Categoría B: fácilmente transmisibles y difícil diagnóstico, pero de escasa mortalidad. Entre ellos están el cólera, salmonelosis, muermos, brucelosis,…
Categoría C: son los nuevos microorganismos, modificados genéticamente y contra los que la población general no tiene inmunidad, por lo que pueden ser más dañinos. Los más destacados son el virus Nipah, corona SARS y hantavirus.

No cabe duda de que si las grandes potencias mundiales están continuamente desarrollando armas nucleares cada vez más potentes, también se están desarrollando numerosas armas biológicas, capaces de destruir la ciudad de Madrid en tres días (como el botulismo, por medio de la contaminación de las aguas). Y en ese sentido los ciudadanos de a pie estamos desprotegidos, puesto que no existen maneras eficaces de prevenir esta situación, pero no trato de sembrar el pánico entre los lectores de estas líneas, pues estos ataques afortunadamente son muy puntuales.

La investigación en armamento biológico no es reciente, ya que se tiene constancia desde hace unos 30 años de este tipo de actividades en algunos de los países que se pueden permitir este tipo de experimentación, aunque esta información no esté siempre contrastada, debido a las controversias que ello podría conllevar. Entre las «investigaciones» que ha estado llevando a cabo Estados Unidos en este tiempo se incluyen la introducción de bacterias en el metro de Nueva York o en escuelas publicas de la bahía de San Francisco, produciéndose un aumento de la incidencia de la meningitis. Otras teorías de la conspiración proponen la inoculación del virus de la fiebre porcina africana (que realmente no era del cerdo, sino de un mosquito) en la isla de Cuba, la diseminación de pestes virulentas, esparcidas por todo África y contra las que no se ha averiguado todavía un tratamiento o el propio origen del tan conocido virus del ébola.

Al margen del uso como armas biológicas, la inclusión de microorganismos en animales y posteriormente en personas sanas ha hecho de oro a algunos laboratorios farmacológicos mundialmente conocidos como Roche, con la archiconocida estafa de la gripe H1N1. Y sin embargo se han depurado demasiadas pocas responsabilidades. ¿Qué dice la OMS de todo esto? Poco: ellos son muy de lavarse las manos.

¿Estamos dispuestos a ser sometidos a los experimentos de los grandes países con el objetivo de comprobar su eficacia militar? ¿Hasta qué punto se ha convertido nuestra salud en un negocio? Después de leer esto, ¿no os sentís como ratones de laboratorio? Haced vosotros vuestra propia reflexión.

Seguramente estéis todos vosotros viendo estos días las numerosas descalificaciones y bromas acerca de los políticos en vuestros muros de facebook, con el único objetivo de dañar su imagen e insultar a sus votantes. Me gustaría haceros partícipes de mi propia reflexión acerca de esto.

Muchas veces criticamos a los políticos porque no son capaces de ponerse de acuerdo para poder gobernar un país en condiciones, ya que lo único que les interesa es el poder, y no cumplir la voluntad de sus votantes. Sin embargo, el reflejo de los propios políticos nos rodea cada día. La crítica destructiva que vemos en internet día sí, día también, de nuestra gente allegada no sirve para otra cosa que para sembrar la discordia entre uno y otro bando.

Cuando el único medio viable para criticar a un político es insultarle, o sacar de contexto frases que dijo tiempo atrás, es que hay algo que estamos haciendo mal. Es lo que llamamos el consuelo de los derrotados, buen sinónimo de impotencia. Creemos que nosotros somos los que tenemos la razón y por ello menospreciamos a los que no piensan como nosotros. Pero es que uno de los pilares de la democracia es la pluralidad política, ausente en esta última legislatura de Rajoy. Parece que lo que defendéis es volver a una dictadura, en lo que lo único que valen son vuestros principios y los del resto son una basura.

Creo que la solución está en la autocrítica, en pensar qué hemos hecho mal nosotros mismos y poner los medios para solucionarlo, y no en reprochar al resto su voto a tal o cuál candidato. No creo que exista gente en España tan estúpida de votar a un partido que le va a perjudicar a él o a su país (siempre que se haya informado). Por lo tanto, tendrá sus propios motivos para votar a quién le parezca oportuno y probablemente sean tan válidos como los de los derrotados impotentes.

El pueblo ha hablado. Ciudadanos, dejen a los políticos gobernar en paz.

Y políticos, gobiernen para el pueblo, pero contando con el pueblo.

El festín de la democracia

Publicado: 21/12/2015 en Opinión, Política

Con el día de hoy ponemos fin a un año muy intenso en cuanto a política se refiere. Primero las andaluzas, más tarde las autonómicas y municipales, después del verano las catalanas y ahora las generales. Se puede decir que tanto políticos como medios de comunicación nos han dado bastante la tabarra. Al fin y al cabo viven de nuestras «ansias» de conocimiento político. Nótese la ironía del último entrecomillado, pues sepan que en España la política no interesa tanto como creen los políticos que nos interesa. No hay más que «conversar 5 minutos con el votante medio para sacar un argumento firme contra la democracia». Y sí, esto lo dijo Churchill a principios del siglo pasado: sigue siendo «trending topic».

¿Por qué nos vendieron que estas elecciones eran diferentes? Porque por primera vez mucho tiempo existían alternativas viables al PPSOE, capaces de vencer al bipartidismo. ¿Y lo consiguieron? No. Era tarea complicada superar en escaños a la archiconocida «casta», pero el bipartidismo se mantuvo fuerte, cual gato panza arriba, defendiendo los votos rutinarios y sistemáticos de sus fieles votantes, como si se tratara de un pastor defendiendo a su rebaño.

Está claro que las dos grandes fuerzas no supieron captar el voto joven, quizás por ello de la «herencia recibida» y la «herencia mantenida». Probablemente ahí habría estado su victoria, puesto que aunque la natalidad vaya bajando año a año en España, son los jóvenes los que más ganas tienen de votar a los que consideran sus representantes, y desde luego son los que más se movilizan.

Cabe destacar el triunfo de los grandes partidos en las zonas menos pobladas y el auge de los nuevos en las zonas superpobladas. ¿No os suena a caciquismo? Bromas aparte, creo que existe un panorama de esperanza para los nuevos partidos: cada vez serán más conocidos, incluso en las zonas rurales, y podrán asentarse poco a poco en nuestra democracia. ¿Cuál es el consuelo del bipartidismo? Que la población tiende a envejecer, y con ello a moderar sus ideales. Esa puede significar su última esperanza.

Entonces, si a una desilusión generalizada del bipartidismo le sumas la irrupción de aire fresco en forma de Podemos y Ciudadanos, ¿qué es lo que ha fallado? Nada, era complicado sacar un buen resultado en estas elecciones. Si bien es cierto que Podemos salió ganador en Madrid, Barcelona,… en las municipales, los resultados no son del todo extrapolables, ya que ni son los mismos los que se presentan, si tiene la misma relevancia política. En el caso de Ciudadanos, el batacazo ha sido real, ya que se esperaban unos mejores resultados, aunque cabe destacar su ascenso meteórico desde las europeas de 2014, cuando prácticamente nadie les conocía y Podemos ya estaba en boca de todos.

Además, debemos tener en cuenta el mérito de los nuevos partidos, ya que de la nada han pasado a tener una importantísima representación en el Congreso. De hecho, van a ser los jueces de lo que suceda en España en estos 4 años. Y lo han conseguido cambiando la opinión de la gente – una tarea más que complicada – y volviendo a introducir en la política a aquellos que se abstenían, ya que ningún partido les representaba. También es cierto que han aprovechado la brecha que había abierto UPyD años antes, los cuales han cavado su propia tumba.

Por último, es reseñable el auge de los partidos nacionalistas, ya sea en su versión fusionada (Mareas, Compromís) o independiente (ERC, PNV). Se nota que tanto los gobiernos de las Comunidades Autónomas como los propios ciudadanos han alzado su voz y están tratando de prender la mecha de una bomba que no sabremos cómo terminará. Por lo pronto ya ocupan una gran parte del Congreso de los Diputados.

¿Cuál es el panorama de futuro? Pues a corto plazo será incierto, ya que no se han obtenido mayorías para poder gobernar. Es posible que en un par de meses volvamos a las urnas todos los españoles para ver si hemos cambiado de opinión. Y a largo plazo, se contempla la posibilidad de una modificación de la ley electoral, que le dé un mayor peso a los partidos menores, y una posible reforma en la Constitución. Vamos, que entretenimiento no nos va a faltar.

Por el interés…

Publicado: 23/11/2015 en Opinión
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Es evidente que en el mundo en el que nos movemos hoy en día  las relaciones personales son un pilar fundamental de la sociedad (y diría que prácticamente a lo largo de toda la Historia también). Tal vez se esté perdiendo un poco en cierta medida por el auge de las nuevas tecnologías y los medios de comunicación, pero de momento necesitamos los unos de los otros para sobrevivir. De hecho, cuando salen casos en las noticias de aislamiento social (como son las personas que viven incomunicadas en la colina de un monte) nos sorprendemos y lo tachamos de extraño.

Nuestro pensamiento basado en la experiencia nos dice existen dos tipos relaciones: las afectivas y las ‘utilitaristas’. Las ‘relaciones utilitaristas’ (es decir, aquellas en las que produce un beneficio para una o ambas partes) no están bien vistas socialmente, ya que el componente afectivo (uno de los pilares fundamentales en este aspecto) es sustituido por el interés y la ambición, rasgos innatos en el ser humano. Lo ideal entonces sería que todo se moviese a través de relaciones afectivas, pero pensar en ello sería algo utópico.

Pero, ¿son compatibles una relación afectiva y una utilitarista? La respuesta probablemente sea un sí, aunque con matices. Y además, ¿son intercambiables estos dos tipos de relaciones? Sí. Podemos encontrar paso del utilitarismo a lo afectivo, y viceversa. Pongamos dos ejemplos:

  • En un primer momento, se contratan los servicios de una persona para que te ayude con las tareas domésticas, y al cabo de un tiempo, esa persona se convierte en un amigo como si fuera de toda la vida, aunque le sigues pagando lo que le corresponde. ¿Seguiría siendo una relación utilitarista? ¿Estaría fundamentada en el dinero esa relación? No creo que exista una respuesta clara y evidente, ya que existen tantos casos como personas hay en el mundo. Realmente sería una relación afectiva si el dinero no influyera.
  • En otra situación, vemos como unos amigos de toda la vida deciden montar un negocio, que por desgracia cae en quiebra por culpa de uno de ellos. Este último estará en deuda con el otro, y si la cantidad es lo suficientemente grande, es posible que se produzca una transformación hacia relación utilitarista.

De esta manera, creo que se puede considerar que la situación final en estos dos ejemplos es la que determina si hay una relación afectiva o utilitarista. En el segundo supuesto, determinamos que el último fin del utilitarismo son los resultados, ya sea en forma de recompensa monetaria o social (obtener certificados y reconocimiento en definitiva).

Por último, no hemos contemplado otra posibilidad: la recompensa psicológica. ¿Cómo valoramos esto? La definición sería algo así como una relación de la que se extraen beneficios a nivel mental. ¿Sería éticamente aceptada? Creo que hay dos supuestos en los que no sería socialmente aceptable: si ello conlleva un perjuicio para la otra persona o si no le produce beneficio a la persona ‘supuestamente’ necesitada.

A modo de conclusión: las relaciones afectivas son las únicas socialmente aceptables, junto con algunas utilitaristas que redundan en beneficio psicológico. Las utilitaristas de tipo monetario o de reconocimiento social son las que mueven el mundo, no están tan socialmente aceptadas y a día de hoy son necesarias para el funcionamiento del mundo.

Saquen sus propias conclusiones.

La mirada nos hace débiles

Publicado: 01/10/2015 en Opinión
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Un gesto tan sencillo y a la vez tan sincero. La mirada nunca miente, siempre dice la verdad. No importa la cara que queramos mostrar al mundo: nuestra mirada siempre es el reflejo del alma, algo que se nos escapa de las manos y que no podemos controlar. Basta con mirar a los ojos de una persona para saber cómo se encuentra en ese momento.

No obstante, este no es el único poder de la mirada; esta también es capaz de influir en la conducta de la gente, ya que ante un enfado común, unos segundos de contacto visual pueden ser el mejor remedio, mejor que unas palabras que lo más que pueden hacer es seguir perturbando esa relación.

En una mirada sincera somos capaces de vernos reflejados en la mirada del otro. Estaríamos hablando de una especie de espejo que permite el flujo de información en ambas direcciones: por una parte podemos ver el interior de los que nos rodean y acertar sobre su estado emocional con una alta probabilidad; y por otra parte podemos vernos a nosotros mismos, fuentes de alegría y tal desilusiones en esa persona, y así ser capaces de recapacitar acerca de nuestra conducta.

Pero no os creáis que es fácil eso de interpretar las miradas ajenas. Unos somos más torpes que otros a la hora de indagar sobre las emociones de los demás, aunque en la mayoría de ocasiones al menos nos esforzamos por conseguirlo. Tan solo podemos lograrlo a base de práctica, como cualquier actividad que requiera un desempeño físico. Y espero que, hasta que lo consigamos de una vez por todas, la gente de nuestro alrededor nos comprenda y se apiade de nosotros.

La mirada también es un buen reflejo de la mentira. El refranero popular español así lo refleja: «se pilla antes a un mentiroso que a un cojo». ¿Y cómo se va a pillar a alguien si no es por la mirada? También es verdad que existen muchos gestos corporales que ayudan a esta ‘investigación’, pero tan solo los podemos recolectar por medio de… LA MIRADA.

Si bien es verdad que la pérdida de uno de los sentidos del cuerpo es una faena, creo sin duda que la vista es de los peores, sino el peor. Los ciegos tienen el gran problema de no poder admirar la belleza del mundo que les rodea. Sin embargo, su espíritu es algo más creativo.

Existen muchos tipos de mirada, que se suelen acompañar de determinados comportamientos. Aquí recojo algunos de los que se me han ido ocurriendo:

  • Mirada tímida: es la característica de ciertas personas, entre las que me incluyo. No somos capaces de mirar a la cara no por mala educación, sino por timidez y falta de confianza.
  • Mirada alegre: es, desde luego, la que a todos nos gustaría tener las 24 horas del día, aunque es algo difícil, porque la mirada va ligada a la personalidad, y esta última no es tan moldeable como la primera.
  • Mirada compasiva: cuando tenemos una situación que nos llena por dentro. Contiene un gran valor emocional.
  • Mirada cómplice: muy típica de personas entre las que hay confianza. Es de los mejores signos de amistad.
  • Mirada triste: no es necesario describirla, sería el complemento de la compasiva.
  • Mirada indiferente: ligada a situación de ‘standby’. Tiene menor contenido emocional.

Con este post tan solo pretendo dar mi visión sobre la mirada, valga la redundancia. Creo que a día de hoy no le damos la importancia suficiente a este tipo de comunicación no verbal que, desde luego, es uno de los más sinceros y más útil de lo que pensamos.